VÉRTIGO
Todo se consumó junto al manzano, y de allí salimos inteligencias florales, hijos del rosal de la consciencia mortal, totalmente huérfanos y en soledad. Enfrentados al mundo y olvidados de las hermanas cosas, nuestra mente odiaba la materia oscura por su ingente incoherencia. Pasada la efervescencia adolescente, descreímos de dioses y demás divinidades y sin pudor nos volvimos unos fugados a la nada. La posterior kénosis del ausente nos hizo comprender nuestro lugar en el universo, como meras partículas del todo en perpetuo caos. Al final, al escuchar el monótono latido de nuestro corazón en la calma del sobresalto inexistente, caímos en la cuenta de que todo era vibración, un puro movimiento de ida y venida, y así extendimos a nuestras hermanas cosas una cordial invitación al trapecio. No obstante, todo resultó en vano y la abigarrada multitud de los condenados, vistiendo sus mejores galas de color gris, reconoció asombrada al despertar mi sombra.