Siempre que escucho esta obra de Stravinsky me coloco frente al asombro de lo mucho que se ha domesticado a la Naturaleza, al mundo salvaje y al ser humano. La Naturaleza era el lugar de todo lo peligroso. Ahora es paisaje, y se describe mejor por la pastoral de Beethoven, y por el Danubio azul en año nuevo. Hoy en día el mundo animal es un zoológico donde los mayores depredadores del ser humano se encuentran en vías de extinción. Todo es un poco el Carnaval de los animales. Y el ser humano ha pasado de sacrificar a sus semejantes para obtener el favor de los dioses, a querer dar derechos e imaginar un alma en las mascotas. Todo como una noche en el Monte Pelado, pero la película de Walt Disney, o el musical Cats con letra del maestro Elliot. Por eso me maravilla la imaginación que demuestra el compositor de esta música para ser bailada, representando un mundo natural, peligroso, ancestral y lleno de miedo a la ira de los terroríficos dioses. Que intentan aplacar, año tras año, con los ritos sacrificiales de las vírgenes más puras. Desde los refinados salones de principios del siglo veinte, tanto salvajismo musical debió sonar y casi oler, a tigre. Pasada la sorpresa de reconocer al animal musical creado, me pregunto si en realidad no encontró en esta partitura el nexo esencial de unión con el salvaje ancestro, más o menos oculto, que todos llevamos dentro.