Un blando sol roza al hombre que pasea
mientras acaricia con la mano a su perro,
y en la mirada del animal, vive un dios amable.
Guardo en el cofre de los instantes sin lágrima
la imagen de la belleza que no debe marchitarse,
al tiempo que canto unos versos anónimos
con el pobre acento de los nostálgicos sin hogar.
Pero mi palabra, escalera corta para cielo inmenso,
y mi música, grito desordenado y sin cultura,
no hacen justicia a la gracia natural del encuentro.
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