La brújula espiritual señala el cielo
y hacia allí viaja el ángel niño.
Los encuentros purificadores en el viaje
le liberan de restos de subjetividad,
vieja aridez mineral transformada ahora
en fluido sin resistencia al paso de la luz del amor.
La química del viaje espiritualiza,
él ya es más vapor y menos sólido
y una nueva dimensión para los sentimientos.
Si echa de menos los mitos humanos
y sus manifestaciones artísticas,
porque la impuesta fugacidad del cuerpo
distorsiona lo que se siente, ya no cuenta,
pues lo bello es sombra de la inmensa belleza
que tras muerto se visualiza con asombro.
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