INTRODUCCIÓN
Hace un tiempo, al despertarme, vi a la Señora Tierra sentada a los pies de la cama. La recuerdo de azul y un poco oronda, desde luego nada plana. Me explicó que estaba desconcertada con el calendario y las estaciones. ¿Cómo no vemos los humanos que su nariz y sus rodillas andan siempre en estaciones opuestas? ¿Cómo somos capaces de decir que ambas están en igual mes? Cada día para Ella son dos distintos, según se mire a un lado u otro de la cintura. Así, si decimos primavera, abril y Feria del Libro, lo decimos por sus ojos y su boca, pero la Señora Tierra se sienta mientras tanto en un otoño de hojas caídas a sus pies. Y cuando reímos con la operación bikini, sus pechos se lo toman a bien pero sus piernas tapadas de gruesa pana, no comprenden las ligeras bromas. Y luego está, el nombre de los días de la semana, que no le dicen nada a la Señora Tierra. Para ella deberían ser cualidades como recuerdo, esperanza, misericordia, verdad, entusiasmo, cultura y amor. Y no hablar, de la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, el Sábado de los judíos o el día del Señor cristiano. Luego, mientras tomaba el desayuno me despedí de la Señora Tierra. Ella, de un azul brillante, seguía persiguiendo a su Sol, y yo le prometí contarle a los poetas (sí, a esos que nombran las cosas) las razones de su desazón con la Humanidad.
El libro que a continuación os presento, tiene la propuesta de los poetas (sí, de esos que nombran las cosas) y en él se intenta lograr un calendario acorde con los deseos de la Señora Tierra. El año se divide en cuatro estaciones, como ya era habitual, pero en cada día en particular, se presentan dos poemas enfrentados, uno para cada hemisferio, que hacen referencia a que, por ejemplo, mientras que en una parte de la Señora Tierra se asan de calor en la opuesta se pelan de frío. Los poetas le han puesto nombre a esas estaciones y son: vestir, crear, desnudar y recordar. Cada una de estas se divide en trece semanas, de las cuales doce son propiamente de la estación y una es la semana de transición entre estaciones. Esas doce semanas se agrupan en tres meses de cuatro cada una, y por tanto de veintiocho días. Los poetas también le han puesto nombre a cada uno de esos meses, y así a los de la estación de vestir les dicen (soledad, tiniebla y viento) a los de crear (amistad, amor y vida), a los de desnudar (sexo, luz y fuego) y finalmente a los de recordar (juicio, espíritu y edad). Por último se añade en el calendario un día especial que cada año dura treinta horas y no veinticuatro como todos los demás días. Y es que la Señora Tierra, nos ha confesado en secreto, que para volver al mismo sitio exacto que ocupaba hace un año en sus giros alrededor del sol, necesita trescientos sesenta y cinco días y seis horas.
Para terminar de satisfacer totalmente, los deseos de esta Señora vestida de azul, los poetas (sí, esos que acostumbran a nombrarlo todo) han creado siete nombres modernos para cada día de la semana. Así el primer día laborable le llaman DI-MEMENTO, seguramente por ser el día de los buenos recuerdos de lo ocurrido en el fin de semana. Al segundo le han puesto DI-ESPES, porque sin esperanza de que lo malo de la semana pase pronto, no hay quien se levante. Al siguiente le dicen DI-GREX, en honor a sentirnos todos parte de una misma grey mortal. Luego viene el DI-VERUM, día en el que hay que reconocer nuestro lado oscuro y aceptarnos en verdad con nuestras virtudes y defectos. El último día laborable sería el DI-RAPTUS, cuando se palpa en el ambiente que todos andan raptados por su pasión particular. El fin de semana comienza con el DI-MUSA, porque las hay para todos los gustos y cada uno puede disfrutar con la esperanza de encontrarse con la propia. Y termina con el Di-TEO, día consagrado al Amor ( no necesariamente sexual, aunque también a ese) porque el Amor es Dios, y sin Él no hay sentido posible para la vida.
A la Señora Tierra le ha gustado la propuesta. Ahora bien, acerca de los poemas de cada día, ha evitado pronunciarse. «Unos son mejores que otros» ha añadido, por lo que los poetas escritores se han quedado pensativos, dudando sí habrá alguno en verdad bueno. A vosotros lectores os queda la labor de discernirlo.
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