NUESTRO APOCALIPSIS
Millones de cabezas airadas
unidas bajo la presión del gran bozal
traen la compacta bola de fuego
ansiosa de la voz y del tambor.
El puntero señala al bárbaro.
Toneladas de sesos enardecidos,
por seguridad, por arrancar el mal,
ingente masa cerebral enjaulada
justifica los ríos de sangre sin culpa.
El sol no quiere ver la hecatombe.
La quijada de Caín también es mía
y tuya es, no lo ocultes más.
La cruz, el cloro y la radiación
son los padres de la nueva herida.
La siesta de Dios parecerá eterna.
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