miércoles, 4 de abril de 2018
NO HAY TALISMÁN QUE NO ACABE EN BROMA
No sirven de nada los amuletos. Y además las cosas que con tanto interés hemos ido coleccionando y de las que nos resulta hasta doloroso desprendernos, a la larga no son sino basura contaminante.
Lo leí de forma clara en el poema de Carlos Marzal
LOS RESTOS DE UN NAUFRAGIO
Unos cientos de libros, una casa en la playa,
muebles que el corazón fue envejeciendo
y que hicieron el mundo hospitalario,
fetiches de algún viaje, talismanes
que no pudieron nada contra el mundo,
un puñado de cartas de unos cuantos amigos,
alguna carta oculta, inconfesable,
papeles ordenados, papeles sin sentido,
medicamentos, cuadros, ropa usada
y ropa por usar, varias cuentas bancarias,
una viuda aturdida, un automóvil,
una amante aturdida, un peine con cabellos,
una caligrafía que ha perdido el pulso de su mano,
un olor familiar camino de la nada.
Este es el inventario de los bienes de un muerto,
y como todo censo y toda lista
supone un ejercicio de modestia.
Nuestras cosas que a veces parecían preservarnos,
habitarnos el mundo que habitábamos,
en un golpe de vista se convierten
en un prolijo catálogo de absurdos,
rutas desdibujadas de un mapa inexistente,
pájaros disecados cuyos ojos
no saben recordar un cielo que ya ha ardido.
No, no me he muerto aún, pero como si lo estuviera. No me quiere nadie. Ni mi última novia, ni mi amigo el loco ni nada. Estoy más solo que un difunto y escribo poemas del tipo
AL AMOR PERDIDO
Solo unas pocas gotas
distantes entre ellas
mientras el último rayo
de un sol invernal
se debilita sin resistencia
Llega la noche al árbol
Sin luna y nublado
El tiempo ideal
para quien ama la soledad
Como este árbol envejecido
al que el diario contacto
con el agresivo mundo
crea múltiples arrugas
en su geográfica corteza
Una vez asegurado
de la nula presencia animal
el árbol canta y baila
Las dos cosas que le salvan
y permiten que siga creciendo
–Ya sé que no me crees hermano
Desconoces que soy el lobo
afín al viento suave del ocaso
Poseedor de la sabiduría
que habita la madera terrestre
y lo veo todo sin ser visto–
Canta a un amor perdido
bailando con pasos microscópicos
la melodía del humo de huesos
Y mientras suena no florece
y mientras canta no sufre
Porque el pobre árbol
padece la enfermedad del abandono
que solo cura la buena música
o al menos si no cura suaviza
Llega la aurora al árbol
sin nubes ni viento
El tiempo ideal
para madurar el fruto
Solo unas pocas notas
distantes entre ellas
mientras el último acorde
en un ambiguo sol menor
se debilita entre graznidos
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No sé donde leí hace poco, que si supiéramos que todas las pertenencias que acumulamos en nuestra vida caben en cuatro cajas, no nos apegaríamos tanto a ellas.
ResponderEliminarLigeros de equipaje. Deseo de poetas.
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