Hay un tiempo animal,
como hay otro humano.
En alerta vive el ser vivo
susceptible de depredación.
Mas en su mundo artificial
el sapiens protegido, reposa.
Es tiempo de no ser devorado,
es momento, para mirar
el mundo, la vida y la muerte,
reflejándolos con asombro
en su mente primitiva.
Como un niño que aún no habla,
intenta expresar y no puede,
se agita y esfuerza hasta el llanto,
tiene la poesía dentro.
Para sacarla pinta la pared.
Hasta que un día al fin grita
y su grito resuena en otra mente
que conmovida comparte
miradas de mutua comprensión.
Nace la palabra, el nombre,
viene al mundo el ser humano
hijo de la poesía del asombro.
Ese niño se ha hecho viejo,
sus gritos son ancianas palabras,
vocablos manoseados por siglos
de limarles su áspera verdad.
Ahora, solo algún artista ama
aquellos signos de las cuevas,
y ya solo algún poeta ama
los gritos del asombro,
cuando la palabra se hizo
carne de humanidad.
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