Pudo la Tierra tener un deseo original. Algo difícil de explicar del todo y que nombramos como Dios o Naturaleza o incluso Destino. Un deseo íntimo de la Geología por crear la Vida. Y dentro de la diversas vidas creadas, una preferencia un poco vergonzosa quizás, un mucho egoísta también, por una Vida dotada de la Palabra. Una Vida capaz de nombrar, reflexionar y crear abstractos mundos sin peso.
¿Cómo callar entonces?
Vivir y no ejercitar la sagrada Palabra sería por todo ello un ataque, una bofetada al deseo de la Tierra.
La palabra Amor en este contexto se podría usar como reflejo de ese deseo original de la Roca. Es decir de la entrega por parte del Barro al objeto de Su amor y a la creación de ello en uso de Su poder. Pesa una impresionante contrapartida sobre la Humanidad al poseer el Amor y la Palabra Amor. Ese contrapeso es la fugacidad de nuestra existencia como seres con la divina facultad del lenguaje. La Muerte se refiere entonces a la mudez, a la falta de fuerzas para el individuo en la hora de decir algo. No poder ni tan siquiera expresar la palabra Amor. No obstante sabemos que la Vida como deseo del Mundo continúa de forma eterna tras la muerte del individuo. Y la palabra Amor vuelve a ser dicha por la invencible voluntad de la Tierra de seguir creando Vida con Lenguaje, para nombrarla.
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