En mi primer concierto morí vivo.
Murió el niño, naciendo la emoción.
La música mostró su ser lascivo
tomando posesión de mi razón.
Tras el primer concierto, ya sin piel,
sentí la quemadura de lo bello
que no da dolor y me sabe a miel,
esclavo para siempre por aquello.
Todo fue consecuencia de la unión,
del brillante barniz del violonchelo
con la música en mi imaginación.
Genial abrazo del mayor consuelo
a un confuso ser en transformación.
Y así hoy digo "la música es el cielo."
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