Ella
me acerca una roca basáltica.
Me la entrega con gesto
triste
y dice un para ti para
siempre.
Yo lanzo el pedrusco al
mar.
El
humano orgullo tiene
la densidad de la roca
negra.
Se
hunde sin remisión
encerrado en circulares
discusiones
mientras el agua le
ignora
y cruza más allá del
estrecho.
Ella roza mi mano,
tumbados tras el coito.
El roce transmite perdón
y cariño
mientras fuma su marca
favorita.
Yo vuelvo inconsciente a
la adolescencia.
La caprichosa memoria
posee
la fluidez del humo del
tabaco.
No es estable
en un espacio cerrado
por eso
los niños la ignoran
en su vida y locuras
saladas.
Ella toma el libro de
poemas favorito.
Recita en voz alta un
poema sin retórica
mientras se mofa de mis
abstracciones.
Yo veo bella esa
incitación a la disputa.
La
lectura del
poema suscita
la controversia del
límite
entre
lo real y lo verdadero,
en
un entorno lleno de engaños
mientras
mi
maestra
desprecia
la máscara y el reflejo
del mundo.
Ronca mientras yo imagino
sus sueños.
Pienso que somos dos
ancianos
amándonos sin saber
cuanto nos queda.
Yo necesitaré la
pastilla y ella la paciencia.
El sexo de los mayores
reclama
la
exactitud en las dosis del
medicamento
y
la imaginación llena de miedo
en una habitación a
oscuras
mientras
el actor principal
sueña
solo e incapaz para los
placeres.
Ella juega a casi todas
las loterías.
Sola o en grupo de
amistades
incluso con compañeros
de trabajo.
Yo desprecio el azar y
rezo para que no le toque.
El
dinero del juego mancha al
principiante
con la suerte-madre de la
desgracia.
Adictiva
llamada sin pausa
mientras el crupier
canta.
Una
nada y
otra buscan el premio de la vida.