El "yo poético" recuerda con tristeza los ocasos de la niñez en los que solo con tener amigos con los que jugar ya había iluminación suficiente. Luego, el juego se prolongaba en la imaginación al acostarse impidiendo a menudo conciliar el sueño. Era entonces un teatro donde las batallas más cruentas y los compañeros con su irracional osadía, borraban el panorama de la soledad nocturna.
Juego, infinita luz en la niñez,
por su recuerdo solloza el viejo.
Tardes eternas, luchas sin sangre,
amigos valerosos, muerta soledad.
El "yo poético" rememora, cómo en su juventud vivió de dos formas opuestas a la familia. A veces la usaba como protección y lugar de reposo en sus batallas con el mundo y el amor, y otras veces la sentía como una cárcel desde la que era necesario escapar.
Familia, cueva y cárcel del joven,
dolor en las noches del anciano.
Miradas rotas, una emoción rebelde,
horas quemadas, pasiones muertas.
El "yo poético" desde el otoño de su vida, revisa antiguas fotografías mientras canta una canción desesperada, que sabe que no servirá de aviso para oyentes sordos a su propio futuro, ni tampoco de terapia para su creciente melancolía.
Rostros en fotos, hablan sin palabras,
sesión de terapia destructiva del canto.
Solo lágrimas tras su música muda,
sutiles notas de un triste ocaso otoñal.





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