En el sueño se le aparece la sibila Frigia y le dice, "tu música se resume en una especie de apocalipsis en positivo como el siguiente": Primero verás volar las aguas negras, las que los enfermos producen al sudar. Luego, al posarse sobre tu alma, llenarán los surcos que forman frontera entre los terrenos benignos, libres del mal, y aquellos otros que apestan con olor a presidio. Verán entonces crecer, en los solares saludables de tu espíritu, fuegos fatuos como centelleantes caballos de roja crin. Allí nacerán las islas de la calma, cubiertas por las brasas de tanta hoguera que solo desearán el bien y huir de la ira. Sobre ellas lloverán frutos carnosos con sabor a vino y algas. Marcarán las veletas vientos como ciclones de abrazos y las torres de las iglesias serán escudos de bondad. Y, al fin, unos antiguos alabastros aparecerán por el aire como blancos espejos en los que se condensará el rocío de tu frente con un frescor de mañana primaveral.
Y como consecuencia añade: ¡Crea con ese líquido tu capricho sinfónico!
Recuerdo la Oda a Salinas de Fray Luis, quien al oír la música que su amigo interpreta al órgano dice:
el aire se serena...el alma, que en olvido está sumida torna a cobrar el tino...hasta llegar a la más alta esfera...música compuesta de números concordes...¡Oh desmayo dichoso!...¡Durase en tu reposo sin ser restituido jamás a aqueste bajo y vil sentido!...que todo lo visible es triste lloro.
Algo parecido me ocurre con algunas piezas, una elevación a un estado de consciencia estético en el que el tiempo es duración y por eso escribí el soneto: